Estos cuentos cortos para dormir permitirán que los niños tengan un sueño placentero beneficioso para su desarrollo. Además les dejarán un gran aprendizaje.
Los 7 Mejores Cuentos para Dormir
A continuación mostraremos 7 cuentos para dormir populares y otros de autoría propia.
1. Caperucita Roja
Había una vez una pequeña niña que siempre vestía una caperuza roja, por lo que todos la llamaban Caperucita Roja. Un día su madre le dio una cesta con comida para su abuelita y le dijo:
-Llévale esta cesta a tu abuelita. Mas ten cuidado con el lobo, que siempre anda merodeando por el bosque en busca de niñas ingenuas.
-Está bien, mamá –le dijo Caperucita y partió al bosque.
Iba caminando muy alegre, pero no tardó en encontrarse con el terrible lobo que la saludó muy cordialmente y le preguntó:
-¿A dónde vas, Caperucita?
-Al bosque, a visitar a mi abuelita –respondió la niña.
-¿Y dónde vive tu abuelita?
-En un claro del bosque, después de los abetos.
Caperucita siguió su camino y en el camino encontró un campo de flores. Se le ocurrió tomar unas cuantas para llevarle un ramo a su abuela. El malvado lobo aprovechó la ocasión para ir directamente a la casa de la abuela. Al llegar llamó a la puerta.
-¿Quién es? –preguntó la abuela, un poco afónica.
-Soy yo, Caperucita Roja –respondió el lobo, poniendo voz aguda.
-Está abierto, mi niña –le dijo la abuela.
El lobo entró y, raudo y veloz, se tragó a la pobre abuelita. Luego se puso su camisón y su gorro de dormir y se acostó en su cama. En ese momento llegó Caperucita Roja y se extrañó de ver la puerta abierta y del extraño aspecto de la abuela.
-¡Abuela, qué manos tan grandes tienes! –exclamó Caperucita.
-¡Para tocarte mejor, querida! –le respondió la falsa abuela.
-¡Qué nariz tan grande tienes!
-¡Para olerte mejor!
-¡Qué orejas tan grandes tienes!
-¡Qué boca tan grande tienes!
-¡Para comerte mejor!
Y de un solo bocado, se tragó a la inocente Caperucita. Luego se echó de nuevo en la cama.
El cazador, que andaba cerca de la casa, oyó los ronquidos del lobo y pensó que pudo haberle hecho algo a la abuela, así que entró y le abrió la panza con unas tijeras y sacó a Caperucita y a la abuela, que afortunadamente, estaban ilesas.
Luego le llenó la panza de piedras al lobo y cuando este despertó se sintió tan pesado que nunca en su vida volvió a comer gente. Caperucita se fue a casa prometiendo no volver a confiar en ningún lobo.
2. Tío Conejo, Tío Tigre y la vaca
Tío Tigre estaba muy hambriento, no había almorzado y quería comerse a Tío Conejo. Este, para librarse de él, le dijo:
-¿Por qué quieres comerme a mí, si soy tan enclenque que no te saciaría? Yo tengo algo mejor para ti: esa vaca que está allá arriba en la montaña.
-Pero está muy arriba –replicó Tío Tigre- ¿Cómo la bajo?
-Yo me encargo de eso –le dijo Tío Conejo-, pero tienes que acostarte en el suelo con los brazos abiertos. Yo la asusto, ella bajará corriendo y tú la atraparás.
Tío Tigre se entusiasmó con la idea e hizo lo que le dijo Tío Conejo. Este subió a la montaña y desde allí le gritó:
-¡Allá va tu almuerzo, Tío Tigre!
Tío Tigre esperó ansioso y de repente sintió algo muy pesado sobre su barriga. Pero no era la vaca sino una enorme piedra que Tío Conejo le había lanzado. Tío Tigre cayó en otra de las tretas de Tío Conejo y este se salvó otra vez de sus garras.
3. El Girasol Rechazado
Había una vez un girasol que vivía en un jardín plantado con unas rosas, unos claveles y unas violetas. Pero estas flores lo rechazaban y se burlaban de él.
-Es muy grande –decía el clavel-. Un ramo con él se vería muy vasto.
-Sus colores son muy feos –decía la violeta.
-Y no tiene un rico aroma como yo –decía la rosa.
El girasol se sintió tan triste que ya no quería seguir viviendo en ese jardín. En ese momento apareció el sol con sus rayos e iluminó al girasol. Se veía tan imponente y majestuoso iluminado por el sol.
Luego oyó al jardinero decir que necesitaba unas semillas de girasol para sus pajaritos. El girasol nunca se había dado cuenta de que era apreciado porque alimentaba a las aves y además, el sol lo amaba más que a las otras flores que lo habían marginado.
4. El Lobo y los Siete Cabritos
Una vieja cabra tenía siete cabritos a quienes amaba muchísimo. Un día salió al bosque a buscar comida para sus hijos. Antes de salir les advirtió:
-Hijitos, tengan mucho cuidado con el lobo que anda merodeando por ahí. Lo podrán reconocer por su voz muy ronca y sus patas negras.
Los cabritos le prometieron tener cuidado y la madre se fue tranquila. En ese momento alguien tocó la puerta:
-Hijitos, abran. Soy su madre y les traigo cosas buenas.
Pero los cabritos reconocieron la voz del lobo y no quisieron abrir. Entonces el lobo se fue a la tienda y compró miel para aclararse la voz. Luego regresó a la casa y llamó a la puerta. Pero había puesto su negra pata en la ventana y los cabritos la reconocieron.
-Tú no eres nuestra madre. Ella tiene las patas blancas y tú las tienes negras. Eres el lobo.
Entonces el lobo fue a casa del panadero y le pidió que le cubriera la pata de harina. El panadero intuyó que el lobo quería hacer una maldad y se negó, pero el lobo le dijo:
-Si no lo haces, te comeré.
El panadero hizo lo que el lobo le pidió y este regresó a la casa de los cabritos. Esta vez sí creyeron que era su madre y le abrieron la puerta.
Aunque se escondieron, el lobo los encontró y los devoró uno por uno, excepto al más pequeño, que se escondió en la caja del reloj.
Cuando la cabra madre llegó a casa y no encontró a sus hijos y la casa revuelta, imagínense su angustia. Los llamó a todos, pero ninguno respondió, hasta que una voz le dijo:
-¡Mamá, aquí estoy, en la caja del reloj!
La madre abrió la caja del reloj y se alegró al encontrar a su hijo más pequeño. Él le contó lo sucedido y entonces se fueron a buscar al lobo por todo el bosque hasta que lo encontraron echado junto a un árbol.
El cabrito y su madre abrieron la panza del lobo y los demás cabritos salieron contentos y su madre los abrazó y besó. Luego llenaron la panza del lobo con piedras y la cosieron.
Cuando el lobo se despertó y quiso tomar agua en un pozo, cayó por el peso de las piedras y se ahogó. Los cabritillos y su madre se fueron contentos a casa.
5. El Búho y la Rana
Había una vez un viejo búho muy sabio al que todos los animales se acercaban para hacerle preguntas. Un día se le acercó una rana y le preguntó:
-Señor Búho, ¿Por qué los animales más grandes siempre se burlan de nosotros los más pequeños?
El búho le respondió:
-Todos los seres vivos damos más importancia al tamaño y a la apariencia que a la utilidad.
-¿A qué se refiere? –preguntó la rana.
El búho le interrogó:
-¿El león puede saltar tan alto como tú?
-No –respondió la rana.
-¿El gato puede vivir en el agua y en la tierra como tú?
-No.
-¿Y el elefante puede esconderse tras las piedras sin que nadie lo vea?
-No.
El búho resolvió:
Entonces hazle saber a esos animales estas ventajas que tienes para que ya dejen de sentirse superiores a ustedes.
Así lo hizo la rana y los animales grandes ya no la molestaron más.
6. La Princesa y el Guisante
Había una vez un príncipe que buscaba una princesa para casarse. Pero tenía que ser una princesa de verdad, así que decidió hacer una prueba. Ordenó que colocaran un guisante debajo de varios colchones y esperó a la primera joven que llegara.
De repente cayó una terrible tormenta. En ese momento alguien llamó a la puerta del palacio. La criada abrió y vio que era una joven hermosa, pero de pinta sencilla. El príncipe la dejó entrar y pasar la noche en el palacio.
La condujo al cuarto y la dejó dormir en la cama donde estaba el guisante. La joven se cambió de ropa y pasó la noche allí.
A la mañana siguiente, el príncipe le preguntó a la muchacha cómo había dormido:
-Pésimo –respondió ella-. Algo había en ese colchón que me molestó y me magulló las piernas.
Allí el príncipe descubrió que la muchacha era una verdadera princesa. Se casó con ella y gobernaron felices el reino.
7. El Gato Perezoso
Érase una vez un gato al que le gustaba estar siempre echado en la alfombra y no le gustaba cazar ratones. Su amo estaba cansado de tener que lidiar con los ratones teniendo un gato que podía perseguirlos.
Un día el amo decidió irse de viaje y dejó al gato en la casa. Le puso mucha comida y leche en su plato para que comiera por varios días. El gato la pasó muy bien comiendo, bebiendo y durmiendo.
Pero un día se le acabó la comida y todavía faltaban dos días para que su amo regresara de su viaje. El gato empezó a preocuparse.
-Y ahora, ¿qué voy a hacer? –dijo angustiado- Se me acabó la comida y mi amo todavía no regresa. Me voy a morir de hambre.
El hambre no lo dejaba pensar, hasta que vio un ratón merodeando por la casa. El gato, que ya no aguantaba más el hambre, corrió tras el ratón hasta que por fin lo atrapó y se lo tragó. Así sació su hambre. Lo mismo hizo los siguientes días.
Cuando el amo regresó y no vio un solo ratón en su casa, quedó sorprendido. Y el gato comprendió que flojeando no conseguiría nada, que tenía que luchar por lo que quería.
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