La fábula de la liebre y la tortuga es una de las más populares entre los niños, y predilecta de las maestras en la escuela, pues enseña valores importantes.
Esta es una de las fábulas para niños más conocidas, puesto que posee una moraleja importante que ayuda mucha a la buena educación de los más pequeños del hogar.
La liebre y la tortuga
Una buena tarde, se paseaba Doña Tortuga por el pueblo, sin apuros ni prisas, iba disfrutando de la vista al cielo, los árboles y la fresca brisa.
En medio de su paseo, un viento frío la saca de sus pensamientos. Y una figura pasa rápido corriendo a su lado, como una corriente de aire huracanado.
Sin dudarlo ni un momento, supo que era Don Liebre y sus ágiles patas corriendo.
- ¡Joven! ¿A dónde vas tan a prisa? – Inquirió Doña Tortuga con una sonrisa.
- ¡A vivir la vida! Que si no me doy prisa, se me pasa sin que la viva. – Contestó Don Liebre.
- No me parece, la vida es un paseo, ¿nunca te detienes a oler las flores, que frescas crecen?
- Oh, Tortuguita, vieja compañera, no hay tiempo para eso, no ves que todo es una carrera.
- ¡Carreras! ¿De qué me servirían? No hay tiempo en ellas, de oler las contemplar las orquídeas. Además, son cualquier cosa, menos divertidas.
Ante esto, Don Liebre se sorprendió ¿cómo es posible que no disfrute las carreras? Pensó sobre su amiga, que seguro era una achatada a la antigua.
- Mira, amiga, que te tengo tantas estima, te voy a probar que son muy divertidas. – Dijo la liebre, con espléndida sonrisa.
- Estoy dispuesta a escuchar, probemos algo nuevo, ¿cuál es tu plan? – Respondió de buena gana la tortuga.
- ¡Simple! Te reto a una carrera. Y para hacerlo más interesante, el perdedor pagará la cena, ¿trato hecho?
La tortuga y la liebre entonces, estrecharon sus manos, y así pues, cerraron el trato.
La carrera
La carrera se realizaría dentro de cuatro días, a todo el pueblo le avisarían, y así todos aplaudirían al primero que pise la línea.
Dispuesto a ganar tal competencia, Don Liebre entrenó duro y con destreza, ¡Vaya que no quería pagar la cena!
Por su parte, Doña Tortuga, tenía otras tácticas para la victoria, entrenó a su modo, pero pensaba más en disfrutar la travesía, pues con eso se consideraría ganadora.
Llegado el día de la gran carrera, todos en el pueblo estaban atentos, la liebre y la tortuga estaban por partir, al pitido del silbato, corrieron levantando polvo y aserrín.
O mejor dicho, así corrió Don Liebre, que era tan veloz e implacable, mientras que Doña Tortuga era lenta y tranquila, pero segura de cada paso, avanzaba sin descanso.
Don Liebre se cansa
Tras haber avanzado un buen tramo, Don Liebre empezaba a sentirse cansado. Por los días de entrenamientos tan largos, estaba ya extenuado.
Así iba, y su ritmo por agotamiento descendía, hasta que se topó con un árbol, pensando que podría tomar un pequeño descanso.
- Ya voy bastante aventajado, y mi amiga la Tortuga tardará un buen rato. Puedo recostarme unos minutos bajo este árbol de sobra fresca, y luego volver a la carrera.
Así pues, se acostó, y con las orejas largas, él sus ojos cubrió. Tan pronto su cabeza tocó el césped, si pensarlo se durmió.
No esperaba dormir mucho, apenas unos minutos serían, pero su cuerpo estaba tan cansado, que pasaron las horas y en noche comenzaba a convertirse el día.
Mientras tanto, Doña Tortuga seguía su recorrido, iba atenta pero decidida para terminar la carrera. Aunque le tomó tiempo y esfuerzo, no se detuvo ni un momento.
La victoria
Tras varias horas de sueño, despertó Don Liebre por el ruido de un vitoreo. Estaba exaltado, y se asustó demasiado, pero al darse la vuelta, entendió aquella gritadera.
¡Era por Doña Tortuga! Que lenta pero segura, había ganado la carrera.
Como buen amigo, se acercó para felicitarla por su desempeño, demostrando así un espíritu deportivo muy bueno.
- ¡Debo reconocerlo! No pensé que me ganarías, vieja amiga, pero lo has hecho de maravilla.
- Ah, para nada, tú eras más veloz, me habrías ganado en seguida, pero te has quedado dormido, ¿qué ha pasado contigo? – Preguntó preocupada.
- Me he confiado más de lo debido, perdón, es que te he subestimado, y por eso me he dormido… Además, estaba muy cansado. – Dijo avergonzado.
- ¡Ah, no pasa nada, Liebre! – Dijo. – Además, si mi memoria no falla ¡La cena tú la pagas!
Ambos soltaron grandes carcajadas, y juntos esa noche cenaron delicias entre chistes y risas.
Moraleja
Con determinación y esfuerzo, podemos lograr todo lo que nos proponemos, pero debemos ser constantes y no subestimar a los demás.
¿Te pareció útil este Tema? ¡Valóralo!